Disney es como una religión. Veamos. Al poco de nacer, los niños son bautizados, confirmados y comulgados con sus películas. Son felices con sus ángeles benéficos y con sus promesas de buenaventura y sienten temor con sus demonios maléficos y sus avisos de sufrimiento. Se lo creen todo. Alcanzada la adolescencia, se apartan escépticos de la creencia. Ya se han hecho mayores, rechazan los cuentos de niños. Poco después, se hacen ateos (o agnósticos) y critican duramente los dogmas de la fe. Más tarde, aquellos niños, ya adultos, vuelven a hacer bautizar, confirmar y comulgar a sus hijos pequeños en la religión fílmica de Disney.
Hay una variante muy importante, la de quienes se mantienen creyentes en la juventud, en la madurez y en la educación de sus hijos.
Disney ofrece textos sagrados (las películas), personajes de una gran ficción (héroes, heroínas, buenos y malos...), imaginería (figuritas, objetos), templos (los cines) y lugares de peregrinación (Disneyland, Eurodisney...). Y un esquema moral de comportamiento: estar con el Bien, repudiar el Mal, asumir la inevitabilidad del dolor y de la muerte, desear un postrero final feliz para un propósito bienintencionado, ser conscientes de la posibilidad del castigo y anhelar el premio.
Las religiones son amadas u odiadas. Así, Walt Disney, que comparte con otros profetas, fundadores y líderes religiosos enigmas sobre su nacimiento y su muerte. ¿Nació Disney, no en Chicago, sino en Mojácar, hijo de una lavandera soltera, que lo entregaría, emigrante, a sus padres oficiales en adopción? ¿Está el cuerpo de Disney criogenizado (congelado) a la espera de una resurrección? Los restos de Disney, incinerados, reposan en el cementerio de Forest Lawn (Los Ángeles), pero la leyenda se abrió paso para reforzar un misterio acorde con las fantasías y magias que tantas veces protagonizan los personajes de sus películas.
Y aquí acaba lo que no es ni comparación ni equiparación, sino, acaso, paralelismo con las religiones y sus promotores. ¿Acabar? El des-crédito suele abatirse sobre los grandes creadores de creencias. Con hechos o sin hechos comprobables.
Aunque el gran público no sea muy consciente de ello, sobre Walt Disney se han vertido multitud de reproches. El juicio sobre los hechos puede ser opinable, pero los hechos están documentados.
Walt Disney tuvo ramalazos antisemitas en un Hollywood dominado por magnates judíos. Dibujantes y técnicos judíos, a menudo despedidos de su empresa, así lo han contado a sus biógrafos. Más que militancia antisemita activa, actitud de menosprecio.
Están documentadas sus episódicas simpatías con organizaciones fascistas y nazis antes de la Segunda Guerra Mundial. Después, fue un patriota americano al servicio de la causa aliada, produciendo películas de propaganda estadounidense. Disney recibió en Hollywood, hacia 1938, a la genial directora nazi Leni Riefensthal (Triunfo de la voluntad), aunque no se avino a sus demandas.
Está documentado que Disney colaboró con el FBI del siniestro John Edgar Hoover, espiando y denunciando actividades políticas de profesionales izquierdistas de Hollywood. Disney fue antisindicalista y anticomunista. Lo primero fue propiciado por la huelga de varios meses que los sindicatos consiguieron sacar adelante en sus estudios en 1941. Lo segundo, muy relacionado con lo primero, desembocó en sus declaraciones como delator ante el Comité de Actividades Antiamericanas durante la Caza de Brujas, en cuyo transcurso denunció a tres colaboradores comunistas de sus estudios.
Disney y su mundo han sido pasto de los psicoanalistas que, indagando en su vida y en sus películas, han puesto en evidencia su sombría visión sobre las figuras paterna y materna, su asexualidad, su mirada hacia las mujeres, su anclaje en un infantilismo psicológico que, como era previsible, le llevó a ocuparse de Peter Pan -el niño que no quiere crecer- y a dirigirse al público infantil, él, que tuvo un padre feroz (matriz de sus más violentos y terroríficos personajes), una madre débil y, por dificultades para procrear, una única hija biológica más otra adoptada.
La crítica feminista ha caído implacable sobre su universo de hadas y princesas, de muchachas dóciles y laboriosas aspirantes a príncipes y galanes, de brujas, madrastras y mujeres malignas por celosas, envidiosas y competitivas. Disney es un apestado para las feministas.
Y también para la crítica de izquierdas europea. Aun tomando sus historias de los hermanos Grimm, Kipling, Perrault, Barrie, Carroll o los cuentos orales y populares europeos, Disney ha sido tachado de proponer a niños (y a adultos) un planteamiento idealista de la vida, ilusorio, que divulga la vana creencia en los desenlaces felices y que, a la postre, representa al colonizador imperialismo industrial e ideológico estadounidense y a su versión del sueño americano: siempre se puede salir adelante.
Con todo y con eso, creativo, innovador, vanguardista en sus momentos y siempre emprendedor, ahí está Disney. ¡Vive! ¿Inmortal?