Desde aproximadamente la década de los 60, un miedo extraño y generalizado se ha extendido por todo el mundo desarrollado: la ilusión de que existe un miasma venenosa que amenaza con invadir nuestros cuerpos.
Ha cambiado los alimentos que comemos, el aire que respiramos, los juguetes que damos a nuestros hijos.
¿Nuestra bestia negra? Los “productos químicos”. O más exactamente, los productos químicos artificiales.
Incluso cuando una abrumadora cantidad de evidencia demuestra que una sustancia sintética es segura, muchas personas prefieren una alternativa natural, creyendo de alguna manera que el extracto de una planta es menos dañino que el producto de la fábrica.
Los científicos tienen un nombre para esta fobia: “quimiofobia”. “Es el miedo excesivo a los productos químicos, basado más en la emoción que en la información”, dice David Ropeik, especialista en comunicación de riesgos, quien escribió un artículo sobre el tema en una revista de toxicología.
TODO COMENZÓ CON EL DDT
Los orígenes de la quimiofobia se remontan a la década de los 60 y a las crecientes preocupaciones sobre el uso de pesticidas como el DDT.
La líder de este movimiento fue Rachel Carson, quien creó un poderoso informe sobre las consecuencias indeseadas de estos pesticidas. “Los productos químicos son los socios siniestros y poco reconocidos de la radiación que entra en los organismos vivos -escribió en su libro Primavera silenciosa- que pasan de uno a otro en una cadena de intoxicación y muerte”.
Muchas regiones del mundo ahora tienen regulaciones estrictas que limitan nuestra exposición a los compuestos químicos peligrosos y cuentan con mejores métodos para detectarlos. Cualquier producto nuevo aprobado por organismos como la Administración de Alimentos y Fármacos de EE.UU. debe pasar por rigurosas pruebas para de-mostrar que no representa una amenaza.
En otras palabras, en muchos países la amenaza de los “productos químicos” nunca había sido menor, y sin embargo, muchos todavía tienen un miedo des-proporcionado a todo lo que se produce artificialmente.
Ropeik señala que los seres humanos están condicionados para temer lo artificial y preferir lo natural.
Por eso les tememos a las señales WiFi, mientras que estamos contentos con tumbarnos en la playa sin protector solar, a pesar de que la luz ultravioleta es la principal causa de cáncer de piel y que ningún experimento ha logrado demostrar que las señales inalámbricas de internet produzcan efectos negativos a largo plazo en el cuerpo.
AMENAZAS INVISIBLES
También tememos amenazas que no podemos detectar con nuestros sentidos, pues la incertidumbre hace que un peligro invisible sea más preocupante.
Tenemos más miedo a las cosas que no podemos controlar y también un mayor temor a una enfermedad larga y dilatada que a una muerte relativamente rápida.
Puede que sea por esta razón que entramos encantados a un auto, mientras que evitamos consumir vegetales cultivados usando pesticidas, a pesar de que somos más propensos a morir en la carretera que de un cáncer causado por el DDT.
Y EL PAPEL DE LA INFORMACIÓN
Por último, Ropeik piensa que todos podemos padecer de falta de información.
Los artículos noticiosos mal explicados que no presentan el contexto de un riesgo sólo confirman nuestras sospechas.
Incluso si más adelante vemos un fragmento de información contradictoria, no vamos a recordarlo.
Es importante destacar que las personas más inteligentes pueden ser particularmente susceptibles a este tipo de sesgo de confirmación.
LOS RIESGOS DE LA QUIMIOFOBIA
Nuestra quimiofobia puede llevarnos a renunciar a hábitos sanos, como ocurre con el miedo a la ingestión de mercurio en pescados y mariscos.
En niveles altos, el mercurio es una sustancia neurotóxica que puede dañar el cerebro, pero las pequeñas cantidades que se encuentran en la mayoría de los peces no son suficientes para causar preocupación.
“Sin embargo, a causa de un temor excesivo, muchas personas han dejado de comer mariscos”, dice Ropeik.
Al hacerlo, están perdiendo nutrientes clave que serían importantes para el crecimiento y la reparación del cerebro y la función del corazón: en realidad están haciendo más daño a sus cuerpos que si hubieran disfrutado de un plato de salmón.
Algunos padres tienen tanto miedo a las dosis pequeñas de mercurio y otros metales en las vacunas comunes que no permiten que sus hijos sean inmunizados, dejándolos en riesgo de enfermedades peligrosas como el sarampión.
¿QUÉ HACER?
Los toxicólogos deben hacer un mayor esfuerzo para discutir abiertamente sus resultados, y al tiempo reconocer los temores razonables que pueden sentir algunas personas, y los periodistas deben hacer un mayor esfuerzo para informar honestamente, dice Ropeik.
Pero debemos tener cuidado con las maneras en que tratamos de corregir los malentendidos.
“Restarles importancia como algo irracional hace que la gente se ponga a la defensiva y sea menos propensa a hacer algo al respecto”, advierte.
“Tenemos que aceptar este hecho acerca de nosotros mismos, de manera que podamos darnos cuenta de las diversas maneras en que esto forma parte de nuestro pensamiento y puede ser peli-groso para nosotros. Entonces podremos hacer algo al respecto”, afirma.