¿A veces no entiendes a los tuyos? ¿No piensas igual que tu padre, pero tampoco como tu hijo? La convivencia siempre es compleja y todos queremos (necesitamos) que sea buena. Leopoldo Abadía, nos da pistas para que el día a día funcione. Buenas ideas que ha aprendido junto a los suyos a lo largo de sus 53 años de matrimonio y que también recopiló en el libro de Espasa-Calpe, 36 cosas que hay que hacer para que una familia funcione bien. Leopoldo Abadía, el gurú de la economía, nos enseña los ‘entresijos’ de su familia y cómo ha cultivado a diario esa buena actitud tan necesaria para llevarse bien. “Mi familia, nuestra familia, tiene que ser reflejo de mi personalidad, de nuestra personalidad. Y mi mujer y yo somos distintos de ti y de tu marido. Cada familia es distinta, como todos lo somos, y en su manejo no hay cosas ‘copiables’.
Mi familia no es un modelo de orden, sino un caos organizado”, explica. Pero es un caos bien avenido y todos podemos, tal vez no copiar, pero sí tomar nota (por aquello de ver si se nos pega algo...)
A la familia hay que dedicarle tiempo
Es tu principal negocio; tu patrimonio. Y hay que esforzarse para que los hijos lo perciban, para que se den cuenta de que para sus padres el principal interés es su casa. Deben notar el tiempo (de calidad) que se le dedica, el cuidado, la atención; han de ver todo lo que emocional, personal, laboral, económicamente..., se invierte en ese negocio tan fundamental.
Todos son únicos en una familia
Un hogar está formado por individuos. Es decir, ese pequeño que no te deja dormir por las noches es, en el mejor de los sentidos, un individuo, un ser único e irrepetible. Así que, para empezar, cada familia está formada por seres irrepetibles ¡e imperfectos! Nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros padres y suegros..., todos cometen errores y hay que quererlos como son, ayudándoles a mejorar en las cosas importantes y pasando por alto las que no lo son tanto El trabajo no es un castigo divino: demuéstralo con tu ejemplo
Los padres somos un espejo en el que los hijos ven lo bueno y lo malo. En casa, con nuestras actitudes y opiniones, deben saber que el trabajo es una bendición. Y más en tiempos de crisis y con mucho paro. Tienen que vernos salir de casa yendo ilusionados a trabajar; no oírnos siempre criticando al jefe, sino vernos felices por lo que hacemos (y así nos lo facilitamos a nosotros mismos).
A veces se fracasa, ¿y qué?
Dejémoslo claro para que nadie dude: en este mundo no hay ganadores. Hay gente que trabaja, que lucha, a la que unas cosas le salen bien y otras un poco torcidas. “A veces, el winner se calla el gol que no metió y todos piensan que siempre acierta con la portería, y no”, escribe Leopoldo Abadía.
No olvidar las leyendas familiares
Puede parecer una tontería, pero no lo es. Lo que sucedió a tus antepasados es bueno que lo sepan tus hijos y tus nietos. “Eso hace familia”, dice Abadía. “Porque, con todas las imperfecciones y todos los adornos, demuestra a los hijos que su familia no se ha ‘inventado’ ahora”.
El trabajo no es un castigo divino: demuéstralo con tu ejemplo
Los padres somos un espejo en el que los hijos ven lo bueno y lo malo. En casa, con nuestras actitudes y opiniones, deben saber que el trabajo es una bendición. Y más en tiempos de crisis y con mucho paro. Tienen que vernos salir de casa yendo ilusionados a trabajar; no oírnos siempre criticando al jefe, sino vernos felices por lo que hacemos (y así nos lo facilitamos a nosotros mismos).
NO ESCANDALIZARSE
Imagínate la escena que relata Abadía: última hora de la tarde, algunos hijos duermen, otros no han llegado a casa y el pequeño juega sobre la alfombra. Comienza a cantar: “Una de dos, o me llevo a esa mujer, o entre los tres nos organizamos, si puede ser”, y luego: “Una de dos, o me llevo a esa mujer, o te la cambio por dos de quince, si puede ser”. Él, escandalizado, va a reprochárselo, pero su mujer le hace un gesto y no dice nada. Y ahí se queda algo que, tal vez recriminado con poco acierto, podría haber confundido aún más al niño (no era consciente del significado). ¿Conclusión? Hay que dar importancia sólo a lo importante. ¿La regla? Lo primero es lo primero, lo segundo es lo segundo y lo tercero es lo tercero (¿genial, eh?).
Crear un ambiente de optimismo
Hay que huir de los pesimistas como de la peste, porque esterilizan las ilusiones. Y puestos a huir, hay que hacerlo más rápido cuando se te acerca uno y te dice: “Yo no soy pesimista, soy realista”. Con un enfoque apocalíptico maleducamos a nuestros hijos, les volvemos menos participativos en la sociedad, les restamos fuerza para luchar.
Sonreír (y a veces es heroico)
La gente necesita sonrisas, y la gente somos todos. Pero sonrisas amplias, francas, alegres, abiertas. No ensayadas en el espejo, ‘puestas’ porque se haya leído en algún libro de autoayuda que sonriendo se triunfa en la vida.
Interesarnos por lo que nos cuenten
Todos -absolutamente todos- tenemos nuestras batallitas e historietas ¡y queremos que nos escuchen! Y, sí, son pequeñas e insignificantes, pero son las nuestras. Lo mismo ocurre con nuestros hijos: lo que nos cuentan es lo que les interesa, y para ellos es muy importante sentirse escuchados por sus padres. Pon tu oído, pero también tu comprensión.
Estar al día
Nuestra época es esta, la que vivimos con nuestros familiares, amigos, conocidos y demás. Nuestros tiempos son estos, y no puede ser que los mayores les amarguemos la vida a los jóvenes diciéndoles cómo se ha estropeado todo y lo buenos que éramos hace unos años. Hay que ponerse en la onda: saber quiénes son los cantantes que les gustan a nuestros hijos o nietos, pero, claro, hasta donde queramos (no es necesario ir a un concierto con ellos para sentirnos implicados).
No dejar pasar ocasiones de decir algo cariñoso, de felicitar a alguien por haber hecho algo bien o de dar noticias agradables. Es cierto que hacer las cosas como hay que hacerlas es nuestro deber, pero también necesitamos que se reconozca el esfuerzo, el empeño. ¿No te frustra que en tu trabajo sólo se destaque lo que no sale como es debido? ¿Alguna vez te ha servido para algo que no sea apocarte, recriminarte a ti mismo en exceso o perder interés? Pues en tu casa esa no es la ley, y menos con los que quieres.
Tú también fuiste adolescente
Es una de las etapas que más complica la convivencia, pero, si los padres actúan con tacto y delicadeza, hablando cuando hay que hacerlo, callándose la mayoría de las veces, respetando la intimidad -cada vez más necesaria para ellos-, los hijos reirán, llorarán y se enfadarán en casa, pero sabrán que se les quiere y respeta. Y en esta etapa eso es muy importante.
Arrancar de raíz cualquier inicio de conflicto
A veces convertimos la convivencia en una pelea de gallos y, como consecuencia, nos amargamos la vida y se la amargamos a los que tienen la ‘desgracia’ de vivir con nosotros. Y, casi siempre, por meras tonterías. Cuando ‘soplen vientos de tormenta’, abre la ventana para que se vayan...
¡Los hijos no mienten nunca!
Es decir, hay que confiar en ellos siempre. ‘Siempre’ quiere decir que, en caso de duda, ‘lo que dice mi hijo va a misa’ (y eso que todos sabemos que a veces nos cuentan cosas que no hay quien se las trague).
Los hijos tienen que quererse
Y eso no sólo es una responsabilidad de ellos, sino también de los padres. Toma nota de dos reglas: de un hijo no se habla nunca mal delante de sus hermanos; ni, por supuesto, se espera a que se vaya de una reunión familiar para ponerlos verdes a él y a su pareja.
Pedir perdón
Los miembros de una pareja también tienen que pedirse perdón, porque a veces pueden no tratarse con la delicadeza necesaria y eso hay que corregirlo. Es algo que olvidamos con frecuencia y que empaña de negatividad no sólo a ellos, sino a toda la casa (los hijos son un radar).
Establecer normas
Cualquier ámbito se regula por lo que está permitido y lo que no, por sus ‘leyes’ internas. Y una familia también. Pero has de establecerlas tú junto con los tuyos: las normas de mi familia no tienen por qué ser las mismas que las de la tuya. Lo que va bien en un hogar no es lo que ‘ordena’ y alegra otro. Estableced vuestras normas de funcionamiento (“no hace falta que sea por escrito, porque nadie las leería, pero establecedlas siempre”, dice Abadía).
Conseguir que en casa se encuentren bien nuestros hijos con sus amigos
Se ha de estar cómodo, sentirse bien. Y comodidad quiere decir libertad interna, respeto, no precisamente repantigarse comiendo pipas. Libertad de hablar y de opinar; nuestros hijos han de estar confiados, pensar: ‘si hago algo mal, ya me lo dirán’.
La familia y uno más, y dos más, y… muchos más
La familia es un concepto mucho más amplio que el de ‘personas que viven bajo un mismo techo’, porque el padre tiene amigos, la madre también, los hijos también... Y toda esa gente es nuestra familia, son parte de ella. “Cuando ocurre algo bueno, se les llama para contárselo. Y cuando pasa algo malo, nadie les avisa, porque se presentan todos en nuestra casa”, dice Abadía. “De vez en cuando, hay que recordarles que viven en otra casa. Y a veces decirles que tienen todo el derecho a venir y que estamos deseando que lo hagan”.