Cuando pensamos en una comida suculenta, probablemente nos vendrá a la mente algo parecido a un chuletón con papas fritas, un plato que apenas cataban nuestros abuelos en sus años mozos.
El ecólogo David Tilman y su equipo de la universidad de Minessota probaron hace poco que, entre 1961 y 2009, la humanidad ha ido consumiendo de modo progresivo más proteinas procedentes de la carne y más calorías vacías, es decir, azúcares refinados, grasas, aceites y alcohol. Según concluían en la revista Nature, si esta tendencia alimentaria se mantiene a nivel mundial provocará un aumento del 80% en las emisiones de gases del efecto invernadero de aquí al año 2050, con el consiguiente cambio climático.
¿Se evitaría modificando la alimentación?
Lo cierto es que sí. El futuro del planeta pintaría más luminoso si todos los seres humanos cambiarían su dieta omnívora por otra ceñida a los vegetales y las frutas. De demostrarlo se ocupó un estudio holandés publicado en la revista Climatic Change, donde se estimaba un mundo 100% vegano reduciría las emisiones de carbono relacionadas con la agricultura en un 17%, las de metano en un 24% y las de óxido nitroso en un 21% en 33 años.
No acaban ahí los beneficios. Por ejemplo, eliminar la carne y sus derivados de nuestro menú haría que las resistencias de los antibióticos disminuyeran. Después de todo, una de las principales causas de que existan patógenos rebeldes es el uso excesivo de esos medicamentos en la ganadería para evitar que los animales enfermen y aumentar las ganancias. Sin vacas, cerdos o pollos destinados al consumo humano, se evitaría el problema.
En la variedad está el éxito
Pero el resto de nuestra salud no saldría tan bien parada con el cambio de hábitos alimentarios. Una investigación de la universidad neoyorquina Cornell reveló que la dieta exclusivamente vegetariana puede causar a largo plazo una mutación en el gen FADS2, que favorece a las enfermedades crónicas. Esta alteración provoca un incremento de los niveles de omega-6, un tipo de ácido graso que nos hace proclives a la inflamación y la formación de coágulos, lo cual incrementa a su vez el riesgo de cardiopatías y de cáncer y genera malformaciones cerebrales en el desarrollo.
Sin embargo, en dietas omnívoras equilibradas como la mediterránea, el omega-6 -de origen vegetal- y el omega-3 -animal- mantienen un equilibrio adecuado; sobre todo, cuando se emplea aceite de oliva y de aguacate para cocinar, sin apenas omega-6.