Te contamos cuáles son los tratamientos para derrotar la sudoración excesiva y así terminar con este problema que puede afectar la autoestima y las actividades cotidianas.
La sudoración excesiva o hiperhidrosis es un problema mucho más frecuente de que que se cree. Se calcula que, por lo menos, un 3 por ciento de la población lo sufre. Esto equivale a que más de 211 millones de personas que sudan en diferentes partes del cuerpo -como cara, axilas, manos, pies, genitales o glúteos- ven afectada su rutina cotidiana y hasta su autoestima -por la vergüenza de presentarse en público con los signos más obvios del problema- por esta situación.
Cuestión de intensidad
Para entender el problema, uno de los puntos es distinguir los niveles de hiperhidrosis. El más leve es aquel que nunca se nota ni interfiere con las actividades diarias; el siguiente es más intenso pero tolerable y puede interferir con las actividades diarias; el más fuerte es menos to-lerable y limita las actividades diarias.
Además, existen básicamente dos tipos de hiperhidrosis. La primaria es aquella que aparece en general con antecedentes familiares, se desarrolla la adolescencia o la pubertad o en algún momento más tarde de la vida, desen-cadenada por una situación de estrés.
Mientras que la hiperhidrosis secundaria está relacionada con enfermedades como el hipertiroidismo, el tratamiento con ciertos medicamentos o el consumo de ciertas drogas de adicción.
Cuando la transpiración tiene un olor ácido, se llama bromhidrosis u osmidrosis. Esto se produce cuando las glándulas sudoríparas producen un fluido espeso que, al entrar en contacto con bacterias en la superficie de la piel, causa un olor desagradable.
Tema resuelto
La buena noticia es que hoy existe un amplio abanico de tratamientos, indicados de acuerdo a la intensidad, que revierte el problema y brinda una mejor calidad de vida.
Para los casos leves, existen terapias locales con desodorantes y lociones a base de sales de aluminio. La desventaja es que pueden resultar bastante irritante y tienen un efecto transitorio.
Otra alternativa es el bloqueo con toxina botulínica. Consiste en la inyección local de pequeñas cantidades de esta sustancia en las axilas, en las palmas o en las plantas de los pies. Su efecto es inhibir la producción de acetilcolina, o Aco, que estimula las glándulas sudoríparas. El punto en contra es que, depende la zona, puede resultar un tratamiento costoso y bastante doloroso (aunque con anestesia local las molestias se atenúan) y que existe la posibilidad de saltearse algunas glándulas y que el sudor continúe. Las aplicaciones deben hacerse cada cuatro a seis meses.
La opción de última generación son los sistemas de ultrafrecuencia y radiofrecuencia, que logran la destrucción o desactivación de las glándula sudoríparas en una o dos sesiones. El tratamiento es totalmente ambulatorio, no invasivo y brinda buenos resultados.
También existe el sistema de microheridas. Para ello, se utiliza una pistola de microondas que se irradian en las glándulas sudoríparas en las axilas y las destruye. Después de la aplicación, es necesario tomar analgésicos durante varios días y aplicar hielo sobre la zona tratada.
En los casos más extremos o si se han probado sin buenos resultados otras terapias, en cambio, la salida disponible es recurrir a la cirugía, realizada por especialistas de tórax. Se basa en pequeñas incisiones a la altura de la axila para luego cortar los nervios que salen de la columna vertebral y llevan los impulsos nerviosos a las glándulas sudoríparas. La recuperación es más larga y se deben esperar entre 10 y 15 días para retomar las actividades deportivas. El efecto adverso más común de esta cirugía es la sudoración compensadora, que consiste en la transpiración en otra parte del cuerpo una vez eliminada del lugar que ori-ginó la consulta del paciente.
Con estas opciones, el desodorante no volverá a jugarnos malas pasadas.