Los reveces del Acuerdo de Paz en Colombia donde, a pesar que no fue aprobado, se puede decir que en el plebiscito el SI y el NO estaban todos por la paz.
La lógica indica que un premio Nobel de la Paz es concedido a quien ha realizado esfuerzos significativos para lograr la convivencia en sociedades afectadas por la violencia. Tal sería el caso del presidente Juan Manuel Santos de Colombia quien, con un importante sector de ciudadanos, se empeñó en lograr un Acuerdo de Paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Este premio, sin embargo, se concede más por los esfuerzos realizados en pro de la paz que por el resultado pues, paradójicamente, el Acuerdo Final, firmado con bombos y platillos en la ciudad de Cartagena, fue rechazado por un estrecho margen en el plebiscito del 2 de octubre pasado y que el propio acuerdo había sometido a la decisión popular.
Es también paradójico que el Acuerdo de Paz haya dividido seriamente a la familia colombiana. Los que votaron por el SI, aprobando el Acuerdo de Paz, se encontraban enfrentados a los partidarios del NO, que acabó prevaleciendo y dejó al Acuerdo en un limbo.
El NO da lugar a un nuevo proceso, esta vez no con la guerrilla de las FARC sino con los partidarios del NO. Otra paradoja es que haya sido necesario este resultado, en apariencia negativo, para que los grupos de civiles desarmados se sienten a la mesa de negociaciones. Triunfó el lema “la paz sí, pero no así”. El descubrimiento fue que el SI y el NO estaban todos por la paz.
Es paradojico también que al presidente Santos le haya resultado más fácil negociar durante cuatro años con Timochenco -líder de una guerrilla acusada de actos de terrorismo y de financiarse con el narcotráfico mientras reclutaba menores de edad y niñas de las que la tropa abusaba sexualmente- que conversar previamente con el ex presidente Álvaro Uribe, quien fuera su jefe, que apoyara su elección y que dirigiera las acciones militares que llevaron a las FARC a la mesa de negociaciones.
Paradójicamente, el NO abre la puerta a nuevas negociaciones respecto a temas que los electores consideraron que no habían sido tenidos suficientemente en cuenta en el Acuerdo de Paz. Entre ellos, la impunidad de miembros de las FARC que había cometido delitos de lesa humanidad, la designación de dirigentes que ocuparían curules senatoriales sin someterse a la elección popular, la falta de reparaciones económicas a las víctimas y el injerto de un órgano judicial extraño a la Constitución. Las FARC, convertidas en partido político, deberán negociar las nuevas exigencias.
Un proceso más que delicado en el curso del cual se considera imprescindible que no se produzcan actos de violencia. Sigue siendo por ello crucial la participación de las Naciones Unidas en el apoyo a la protección de la cual deben gozar los guerrilleros que deban desmovilizarse, tarea a cargo de las Fuerzas Armadas. Otra paradoja.
Algunos piensan que el Comité del Nobel decidió reforzar a Santos en un momento de gran complejidad aunque no hubiese logrado plenamente el resultado de la paz. Otros piensan que Santos calculó con maestría los pasos para alcanzar la paz y para lograr el apoyo de Noruega, país garante del Acuerdo. Aseguró también el despliegue mediático que rodeó al Acuerdo, (acompañado por las encuestadoras y la comunidad internacional en pleno, Papa incluido) junto con abundantes recursos estatales en apoyo del SI. Sólo Uribe quedó fuera del cálculo de Santos.
Afortunadamente, la calidad humana y política de los colombianos y su madurez democrática, ha conducido lo que pudo ser una crisis a través de gestos y modales que permitirán encarar positivamente un problema monumental. A Santos se le ha reconocido su papel de Jefe de Estado y conductor de la negociación. Uribe ha jugado con nivel de estadista.
Estas formalidades merecen ser subrayadas en esta época de vulgaridad triunfante, con la profunda ignorancia y violencia que la acompaña (desde Trump hasta Maduro, pasando por Berlusconi y Monedero).
Las FARC van a tener que definir si quieren jugar de conformidad con las reglas democráticas de un partido político, como han manifestado que ahora son, o si quieren volver a la guerra, lo cual sería extremadamente dañino para ellas.
Ahora viene lo complicado: abrir el Acuerdo y empezar a discriminar los principales asuntos controvertidos por el NO. Y luego decidir el instrumento a través del cual la población aprobará o rechazará los acuerdos a los que se llegue. Al SI, al NO y a las FARC les espera una labor abrumadora. Y que debe ser realizada antes que el proceso se degrade.
Hasta aquí queda una profunda admiración por la madurez democrática de los colombianos, lo cual incluye la calidad de los gestos y modales con los que están encarando un problema monumental. Y una nueva demostración de que “la paz es más, mucho más, que la ausencia de guerra.”
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