El presidente de Filipinas Rodrigo Duterte se ha hecho famoso por sus insultos y por prometer acabar con el narcotráfico a tiro limpio
Rodrigo ‘Rody’ Duterte, que asumió la presidencia de Filipinas el 30 de junio, se situó en el primer plano de la actualidad desde el momento en que tomó posesión del cargo. Sin embargo, su popularidad no se debe tanto a las medidas políticas que ha adoptado, como los insultos que ha dedicado al Papa, a Barack Obama o a los dirigentes de la Unión Europea. Los que le conocen apuntan en su descargo que no se trata de animadversión personal hacia nadie, sino que es su forma natural de expresarse y que a su edad, 71 años, Duterte no está dispuesto a enmendarse.
Este político, que sin ningún rubor ha llamado “hijo de pu*a” tanto al papa Francisco como a Obama, y a los líderes de la UE les ha soltado un “¡Que se jodan!” acompañado de una peineta, se ha ganado la simpatía de los filipinos por sus bravuconadas y sus salidas de tono, pero también por su gestión de 22 años al frente de Davao, la tercera ciudad del país. Una urbe que pasó de ser la más peligrosa del país a ser considerada la más segura del sudeste asiático. Un cambio, por otra parte, no exento de polémica.
Y es que este mandatario nacido en el centro del país, hijo de un maestro de escuela que llegó a gobernador de Davao y de una profesora y activista, nunca ha dudado en aplicar la violencia para luchar contra el crimen desde que inició su carrera política en 1986. Ahora, como presidente de Filipinas, también ha prometido acabar con la delincuencia y el narcotráfico en todo el país con los mismos métodos. En los tres meses que lleva en el cargo han muerto ya más de 3.500 personas. La mitad en operaciones policiales y el resto a manos de ciudadanos que se han tomado la justicia por su mano.
Pero si el uso de la violencia para acabar con el crimen y la corrupción le ha granjeado simpatías a este licenciado en arte y en derecho, su fama de mujeriego también le ha reportado el apoyo de numerosos filipinos. “¡No me puedo imaginar la vida sin Viagra!”, ha llegado a comentar para referirse a su ajetreada vida sexual. Casado, divorciado, con pareja y padre de dos hijas y dos hijos, su primera esposa, Elizabeth Zimmerman, ha dicho de él que: “Sí, Rodrigo es realmente un muy buen líder. Pero eso es todo. Cuando se trata de la familia no es capaz de cuidar de ella”.
Prueba de la capacidad de liderazgo de este hombre amante de las motos –tiene una Yamaha Virago– y contrario a los coches de lujo, es que los ciudadanos de Davao guardan buen recuerdo de su gestión social. Con fama de izquierdista, Duterte, que viajaba de incógnito en taxi para inspeccionar la ciudad, impulsó la planificación familiar (a pesar del rechazo de la Iglesia local), apoyó los movimientos homosexuales y levantó un centro de rehabilitación de drogas, en paralelo a su violenta campaña antinarcóticos.
Partidario de la igualdad de genero, los que le conocen señalan que se trata de un hombre sensible y de lágrima fácil, a pesar de que se muestra duro y fanfarrón. Cuentan que cuando se enfrenta a un gran problema o debe tomar una decisión importante visita las tumbas de sus padres, en el cementerio de Davao. Y así lo hizo al conocer los resultados electorales que le convertieron en presidente, según mostró la televisión filipina. “Madre, por favor, ayúdame”, dijo entre sollozos Duterte, quien más tarde admitió que necesitaría del consejo espiritual de sus difuntos padres ante el reto que debía afrontar.
Las visitas a sus tumbas no son, sin embargo, el único vínculo que mantiene con sus progenitores. Rody Duterte nunca se separa, por ejemplo, de una vieja manta que le dio su madre cuando sólo tenía un año de edad. Se la lleva a todas partes. A mediados de los 90, en un viaje a Indonesia, un funcionario estuvo a punto de tirarle aquel trapo. “Si lo tiras, regreso a Davao. No puedo dormir sin ella”, cuentan que dijo a su ayudante, según el portal de noticias filipino Rappler. Pero estos gestos no han impedido que este ávido lector de Robert Ludlum y Sidney Sheldon haya desarrollado un discurso político pragmático y duro. Una línea de actuación que le ha llevado a ganarse los apelativos de El Castigador o Duterte el Sucio, dada su falta de escrúpulos y su apuesta por la violencia a la hora de combatir el crimen.
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