La exsecretaria de Estado sale indemne tras revisar nuevos correos electrónicos encontrados en el ordenador de una de sus asistentes.
El director del FBI, James Comey, provocó un terremoto con la sorpresa de octubre y ayer rizó el rizo con la sorpresa de noviembre. Reabrió la investigación a Hillary Clinton por el escándalo de los e-mails y ayer, a 36 horas de las elecciones, la volvió a cerrar. Los investigadores “han trabajado día y noche y nuestras conclusiones expresadas en julio no han cambiado”, comunicó por carta al Congreso. Es decir que Clinton fue muy descuidada con la información secreta, pero no actuó con mala intención y no se merece ir a la cárcel como pretende su contrincante Donald Trump.
No es baladí que el FBI diga que no va a recomendar que se presenten cargos criminales contra la persona que posiblemente sea elegida mañana presidenta de Estados Unidos. Esta segunda decisión de Comey no es menos controvertida que la primera, puesto que supone una nueva alteración del curso de la campaña y tiene todos los visos de una rectificación. Había que repasar miles y miles de correos, los propios agentes admitieron que habría tiempo para terminar el trabajo antes del martes, y de repente todo ha quedado en nada. Bueno, no exactamente en nada. Donald Trump no ha dejado de insistir en que las elecciones están amañadas y ha dado a entender que si Clinton gana la presidencia los republicanos no pararán hasta provocar el impeachment.
La sorpresa de noviembre surgió el domingo por la tarde cuando renacía el optimismo en las filas demócratas. Hillary Clinton celebró sólo dos actos electorales, uno en Ohio –eso sí, acompañada por LeBron James, el ídolo de los Cavaliers de Cleveland– y otro en Nuevo Hampshire. Donald Trump, en cambio recorrió él solito cinco estados: Iowa, Minesota, Michigan, Pensilvania y Virginia. Los estrategas demócratas intentan lo que el candidato demócrata a la vicepresidencia, Tim Kaine, ha descrito como el “jaque mate” a Trump.
Su prioridad no es vencer en todos los estados clave, es suficiente con impedir la victoria de Trump en un par de ellos para hacer imposible que el candidato republicano sume los 270 votos en el Colegio Electoral necesarios par conquistar la presidencia. “Si aseguramos Nevada y Michigan, Hillary Clinton será la próxima presidente de Estados Unidos y hemos de centrarnos en que los voluntarios están en la puerta de los locales de votación y colgados al teléfono”, declaró a la NBC el jefe de la campaña demócrata, John Podesta.
La estrategia demócrata ha dado prioridad al denominado ground game, la movilización de miles de voluntarios que arrastran a sus vecinos a votar. Y además de eso, Clinton tiene quien le organiza mítines con más poder de convocatoria que ella misma: el presidente Obama se encargó ayer de Florida; el vicepresidente Biden, de Pensilvania; Bernie Sanders, de Arizona; y Bill Clinton, de Michigan.
El último sondeo publicado ayer por la NBC que otorgaba cuatro puntos de ventaja a la candidata demócrata había aplacado un tanto los nervios en el cuartel general de Hillary Clinton, pero Podesta se negaba a dar por ganado el partido. “Todavía nos queda mucho trabajo por hacer”.
Que nada está decidido lo advertía también Nate Silver, el estadístico del FiveThirtyEight, el principal gurú de los pronósticos electorales, quien confirmó en la cadena ABC que a Clinton la victoria le va del canto de un duro. Según sus cálculos, si Clinton pierde sólo uno de los estados en los que los sondeos le otorgan la victoria, le podría costar la presidencia. “Clinton está en una situación menos sólida que Obama hace cuatro años”, y en aquella ocasión el presidente aspiraba a la reelección y ganó con sólo el 51,1% de los votos. “Cualquiera preferiría estar en los zapatos de Hillary antes que en los de Donald Trump, pero no es una posición muy segura”, añadió. Su pronóstico, el más pesimista para los demócratas, otorga a Clinton el 65% de posibilidades de ganar con alrededor de 270 votos electorales, que son la mayoría mínima para obtener la presidencia. El Colegio Electoral lo integran 538 compromisarios.
Y Donald Trump volvió a sorprender a todo el mundo con su contraataque. Constatando que los estados decisivos están a cara o cruz y que el republicano necesita que le salga siempre cara, por decirlo de una manera gráfica, el magnate ha optado por aumentar el número de veces que se lanza la moneda al aire para tener más posibilidades de compensar alguna cruz con algunas otras posibles caras. Por eso ayer se entregó a una insólita maratón por estados como Minesota, Michigan y, sobre todo, Virginia, donde los sondeos le dan muy pocas posibilidades de superar a Clinton, que le saca hasta siete puntos de ventaja. El magnate se permitió incluso el lujo de empezar por Iowa, un estado que tiene prácticamente en el bolsillo. Y esta semana lo intentó también en Nuevo México, donde no le apoya ni la gobernadora republicana, Susana Martíne, parece ser que por ser mujer y también por ser hispana.
Algunos especialistas en estrategia electoral han expresado su sorpresa y consideran esta iniciativa de Trump un error de manual y un síntoma de desesperación. Quién mucho abarca poco aprieta, vienen a decir. En su opinión, todas las energías y el dinero invertido en el lugares difíciles son votos que se dejan perder en estados imprescindibles, como por ejemplo Florida, donde el candidato se juega el ser no ser y los electores hispanos se han puesto en pie de guerra contra él. Nadie descarta que el martes vuelva a ocurrir lo que en el año 2000, cuando George W.Bush ganó a Al Gore por 537 votos después de múltiples recuentos.