El equipo de Luis Enrique no supo sentenciar tras el gol de Suárez y encajó el empate en el último minuto.
El guionista del clásico decidió mandar a su casa a los casi 100.000 culés que había este sábado en el Camp Nou con la preocupación por bandera. De su pluma, como de la de casi todos los guionistas del fútbol, nació un cabezazo de Sergio Ramos en el último minuto para igualar el partido. (1-1). Un tanto que alarga la inmaculada racha de imbatibilidad del Real Madrid de Zidane y que supone un nuevo aviso para el Barça de Luis Enrique, cuya mejor versión continúa aparcada en el garaje.
El conjunto azulgrana sigue dejando escapar puntos del Camp Nou, donde ya ha dejado de ganar más veces de las que ha ganado en lo que llevamos de Liga Santander. Ha sumado 12 puntos de los 21 que ha disputado. Un hecho de por sí preocupante, agravado por el profundo bache de juego que atraviesa.
El afable Zinedine no tiene un pelo tonto. Es lo que el refranero español define como un “lobo con piel de cordero”. Los cerditos siempre abren la puerta cuando el francés toca el timbre. Con el aval de la exitosa fórmula del año pasado, el técnico repitió la receta, como la abuela que siempre pone un poco de zanahoria para que la salsa de tomate sea mejor que las demás.
El Barça completó un inicio de encuentro espectacularmente intenso. Hace tiempo que la maquinaria azulgrana no carbura como es debido, pero ante el Madrid al menos llenaron el depósito de gasolina. El equipo de Luis Enrique recuperó durante el tramo inicial la presión en campo contrario que tantos éxitos le ha garantizado en un pasado cercano y el Camp Nou disfrutó fugazmente de los suyos. El buen trabajo en la recuperación se complicaba luego en la creación.
Todo pudo cambiar bien pronto, cuando Mascherano desplazó a Lucas dentro del área. Clos Gómez decidió regañar al madridista en lugar de señalar penalti, que es lo que tendría que haber hecho. No estuvo fino el aragonés, discutido por todos, que también se hizo el loco en el área de Navas tras unas claras manos de Carvajal. No sería un clásico sin polémica arbitral.
El Madrid esperaba al Barça, pero las ideas escaseaban en el bando local. André Gomes, escogido por Luis Enrique en detrimento del recuperado Iniesta, trabajaba a destajo en defensa pero apenas se prodigaba con el balón. Tampoco Rakitic aparecía. Todo el peso lo cargaba Busquets, inmenso el de Badía en todos los aspectos del juego.
A medida que avanzaba el choque, la intensidad del Barça se iba apagando sin demasiado peligro, más allá de un disparo de falta lejano de Messi. El Madrid detectó signos de flaqueza en las trincheras azulgranas y decidió iniciar una ofensiva. Había llegado el momento de poner el toque de zanahoria al tomate.
Desdibujado, el Barça no lograba alargar las posesiones y el Madrid merodeaba a Ter Stegen de manera preocupante. Cristiano lo probó en un par de ocasiones, pero el alemán estuvo muy atento. El equipo blanco montaba sus jugadas de ataque al mismo ritmo que un niño destroza un castillo de Lego. El peligro se intuía desde las Bahamas.
La entrada de Iniesta al campo transformó al Barça
Las dificultades para generar juego del equipo de Luis Enrique eran más que preocupantes. El centro del campo era invisible en ataque, Messi se perdía en jugadas individuales y Suárez confirmaba que vive el peor momento de juego desde que aterrizó en Barcelona. Enfrente, Modriccrecía cada minuto que se consumía, gigante el croata, que estaba en todas partes.
Iniesta saltó a calentar nada más comenzar la segunda mitad y el Camp Nou comenzó a albergar un halo de esperanza, de volver a ver una buena versión de su equipo. Quizás fue el efecto que produce manchego o simplemente el destino, pero en unos minutos el Barça había recuperado la sonrisa.
Aunque salta a la vista que no está en su mejor momento, Luis Suárez no ha perdido su lugar en el once. Luis Enrique sabe que un depredador del gol como él es capaz de decidir un partido hasta con la pierna escayolada. El uruguayo le ganó la partida a Varane en el centro de Neymar para inaugurar el marcador. Una jugada sólo a la altura de un delantero de fe inquebrantable como el uruguayo.
El Barça celebró el gol con la entrada de Iniesta, coreada por la grada con más ímpetu que el propio tanto. Había llegado el momento en el que el Madrid tenía que dar un paso adelante y los azulgranas podían empezar a jugar con los tiempos. Zidane optó por sacrificar a Isco para dar entrada a Casemiro. El lobo volvía a tocar el timbre.
Pero la irrupción de Iniesta lo había cambiado todo. El Barça tocaba cada vez más cómodo, la presencia del manchego tranquiliza a los suyos, y volvía a ser el Barça. Neymar chutó alto cuando tocaba el gol con los dedos de la manos y Carvajal desviaba el disparo del propio Iniesta. El equipo azulgrana tenía el balón, lo mantenía y ahora también creaba peligro. El Camp Nou cantaba feliz, disfrutando del momento.
Hizo bien la afición azulgrana en gozar cuando tuvo la ocasión, porque el final del partido le reservaba un cruel y sufrido final. El Barça vivió los últimos minutos encerrado en su área, achicando el agua como podía. Pero en el último suspiro se acabaron los cubos y nadie pudo con el salto de Sergio Ramos y su golpeo de cabeza. Un golpe durísimo para los intereses azulgranas, que siguen a seis puntos de su máximo rival y, lo que es peor, transmitiendo señales de cierta impotencia. De momento, la salsa de tomate de Zidane sigue siendo inigualable.