Burt Lancaster y Errol Flynn; Los Piratas del Caribe con Johnny Depp, son los nombres que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en piratas.
Imágenes idealizadas que despiertan nuestra melancolía infantil y resucitan esa concepción de la piratería, forjada por el cine y la literatura romántica: un mundo libre de hombres dueños de su destino y que no se sometían a autoridad alguna.
Lo cierto es que las tripulaciones piratas estaban compuestas en muchas ocasiones por hombres crueles y violentos. El Olonés (famoso bucanero francés del siglo XVII), por ejemplo, acostumbraba a arrancar con sus propias manos los corazones de aquellos a los que hacía prisioneros.
Los barcos que navegaban bajo pabellón negro (o rojo, pero siempre con las terribles imágenes de esqueletos danzantes, calaveras, corazones ensartados en sables...) se nutrían de todos aquellos a los que las naciones de Europa consideraban escoria: delincuentes, mendigos, herejes... Y a los que a menudo se sumaban en América cirarrones, esclavos negros huidos de las plantaciones de tabaco, o desertores, renegados...
Tampoco faltaba, por otra parte, entre ellos algún músico. Es más, los músicos tenían en las tripulaciones un papel tan importante o más que el propio capitán o que el del barbero o el carpintero (que era quienes se ocupaban en el barco también de ejercer el cargo de cirujanos, cortando miembros con la misma alegría que tablones o los bigotes de estos hombres descorazonados y sanguinarios).
Sin embargo, si hay algo de cierto en el mito que empareja la idea de libertad con la figura del pirata. en primer lugar, porque en ese aluvión de desheredados que se enrolaban en sus galeones, balandros o carracas, no se hacía distinciones de raza, religión o nacionalidad (aunque sí de sexo, y la única manera en que una mujer podía desenvolverse en el mundo de la piratería era disfrazándose de hombre). Y en islas como Tortuga o Isla Vaca, en que bucaneros y filibusteros encontraron sus refugios, se rigieron por cofradías, como los Hermanos de la Costa, cuyas normas eran muy avanzadas para la época, desde un punto de vista democrático: no existía por ejemplo la propiedad (los barcos estaban a disposición de todos), los capitanes eran elegidos por votación o disponían de su propia “seguridad social”, un sistema de compensaciones que indemnizaba a quienes en los abordajes resultaban mutilados.