Uno de los sucesos más curiosos de la historia bélica fue la Batalla de Karánsebes, en la que el exceso de alcohol provocó una masacre de autodestrucción.
Las guerras son calificadas a menudo de absurdas porque normalmente se desatan por conflictos sin sentido desde una óptica racional y humanista y, sobre todo, a tenor de las repercusiones en mortandad y destrucción de gran alcance que originan. Pero algunas de las bata-llas que se han librado en la historia se llevan la palma en esto de lo incomprensible, y lo que le sucedió al Ejército de Austria en la tarde del 17 de septiembre de 1788, menos de un año antes de la Revolución Francesa, ha sido catalogado como uno de los episodios bélicos más absurdos de cuantos han chamuscado la tierra.
Que Rusia y Turquía sean dos países históricos que no se llevan muy bien no es algo reciente: desde 1568, rusos y turcos se han enfrentado en trece guerras distintas, de las que los primeros han ganado ocho, incluyendo la que les encaró durante la primera guerra mundial, que fue la última. El caso es que los austríacos eran aliados de Rusia durante la octava de estas guerras, que se extendió entre 1787 y 1792; José II de Habsburgo-Lorena, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, ayudó a la zarina Catalina II, la Grande, a repeler al Imperio Otomano en sus ofensivas: el sultán Abdulhamid I quería recuperar Crimea y Yedisán, territorios perdidos en beneficio de Rusia durante la guerra anterior.
Y una tarde del segundo año de la contienda, un contingente procedente de Belgrado y compuesto por unos 100.000 soldados austríacos, que en realidad eran también serbios, croatas, eslovenos, húngaros, rumanos o italianos reclutados que prácticamente no se entendían entre sí, pretendía acampar en Karánsebes, una localidad de frontera con el territorio de los turcos que forma parte de lo que hoy es Rumanía. Como el enemigo se dirigía a la fortaleza de Vidin, el Emperador había dispuesto que sus tropas combatiesen con las turcas en los alrededores de Timisoara, bloqueando el paso en el río Timis.
Para asegurarse en el terreno, los oficiales mandaron a una unidad de caballería ligera que explorara la zona al otro lado del río, la cual confraternizó con la población de Karánsebes al comprobar que por allí no había ni rastro de los turcos; y como buenos húsares que eran, fiesteros y bebedores, adquirieron todos los barriles de licor que vendían unos gitanos valacos en su campamento y organizaron allí una cata con tragos que ríete tú del Oktoberfest.
Foto: José II de Habsburgo-Lorena
Al ver que la unidad de caballería húngara no regresaba, los oficiales se preocuparon y, esta vez, decidieron despachar a una de infantería para que averiguase si les había ocurrido algo malo. La unidad cruzó a la otra orilla del Timis con inquietud, y se encontró con los húsares más borrachos que un inglés durante la Epidemia de Ginebra en la primera mitad del siglo. Sin embargo, lejos de indignarse, quisieron unirse a la fiesta, pero los húngaros se negaron en redondo a compartir su licor con ellos, y formaron una barricada con las carretas de los gitanos y cualquier otra cosa útil para impedir que los austríacos llegaran hasta sus preciados barriles.
La disputa entre las dos unidades militares duró hasta que algún soldado lanzó un tiro al aire, y eso desató el caos de terribles consecuencias: los rumanos pensaron que el disparo era de un francotirador enemigo, y corrieron a encerrarse en sus casas al grito de: “¡Los turcos! ¡Los turcos!”; los húsares huyeron hacia el otro lado del río en sus cabalgaduras, a la posición del resto del ejército; los de infantería se desbandaron; y cuando los oficiales austríacos de la segunda unidad intentaron poner orden vociferando: “Halt! Halt!”, es decir: “¡Alto! ¡Alto!” en el alemán que los soldados no comprendían, estos últimos se lo tomaron como: “¡Alá! ¡Alá!”, y sólo contribuyeron a aumentar el barullo.
Entonces, para empeorar la situación, dio la casualidad de que en ese momento, cuando ya oscurecía, una nueva unidad de caballería alcanzaba las afueras de Karánsebes, cuyo oficial creyó que los húsares que volvían al galope y otros soldados de infantería eran una carga turca, y ordenó otra de respuesta contra ellos. Y desde otro lugar del campamento austríaco, los de artillería confundieron la carga de caballería también con una de los turcos y se liaron a tiros y bombazos contra los jinetes de su propio bando. Entonces, el desorden absoluto y la locura presidieron la escena durante las horas siguientes.
Como era de esperar, tanto estruendo y tanto alboroto despertaron al Emperador, que descansaba en su tienda; y se cuenta que el Habsburgo intentó huir de aquel enjambre enajenado, pero su caballo se espantó y le dejó caer sobre un charco de lodo, en el río Timis o en una poza. Y la verdad es que hay quien pone en duda que todo este episodio, relatado primero por el geógrafo y escritor austríaco Anton Johann Gross-Hoffinger unas seis décadas después, sucediera realmente; si bien autores reputados lo dan por cierto, como el historiador alemán Friedrich Christoph Schlosser y los expertos en historia militar Geoffrey Regan y Erik Durschmied, inglés y austríaco respectivamente.
Además, se supone que el propio José II, considerado un genio admirable por muchos historiadores, le escribió al canciller Wenzel Kaunitz en estos términos: “Este desastre sufrido por nuestro ejército a causa de la cobardía de alguna de nuestras unidades aún es incalculable. El pánico reinaba por doquier, en nuestro ejército, en el pueblo de Karánsebes y en todo el camino hasta Timisoara, a diez leguas largas de allí. No puedo describir con palabras los terribles asesinatos y violaciones que se produjeron”.
Y tras el caos, dos jornadas más tarde, el Ejército turco al mando del gran visir Halil se presentó en el lugar y lo halló regado con los cadáveres de unos 10.000 soldados austríacos. Imaginense su enorme desconcierto. Y es que son anécdotas en parte hilarantes y siempre vergonzosas como esta de la Batalla de Karánsebes y su letal fuego amigo las que empujan a algunas personas a decir, exagerando mucho, que antes de buscar vida inteligente en otros planetas, deberíamos buscarla en el nuestro.
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