Hay muchas fotos en la historia de México (y del mundo) que pueden resumir de manera precisa el presente y la memoria, pero pocas son capaces de transmitir tan directamente el caldo de cultivo que las hace posibles.
La fotografía de Agustín Victor Casasola, tomada el 6 de diciembre de 1914, recoge el momento en que Pancho Villa, Emiliano Zapata y otros revolucionarios posan para la cámara en el salón presidencial de la República, tras llegar victoriosos a la capital.
Villa está sentado en la silla que había sido símbolo del poder de Porfirio Diaz. Zapata pidió que Villa tomara posesión del mismo. La imagen está tan profusamente llena de detalles, de matices que es un auténtico friso de la Revolución. El sombrero de Villa en el primer plano y cerrada (por la derecha) por el enorme cuerpo y rostro de Rodolfo Fierro, nos invita a recorrer la escena con detenimiento.
En primer lugar, tenemos a los líderes. El mestizo Villa, expansivo, extrovertido, siempre dicharachero, es el único personaje que mira hacia su derecha, como comentando algún detalle con sorna. Por su parte, el indio Zapata, introvertido, sobrio, al acecho, con un puro en la mano, mira a algún punto a la izquierda de la cámara, como otros muchos personajes de la escena, como si hubiera entrado alguien de improviso o alguien les estuviera dando indicaciones.
La mezcla racial es total: hay indios de piel casi negra (efecto reforzado por la cualidad tonal de la fotografía), mestizos, y “güeros” (de piel blanca). Hay niños y ancianos. Hay rostros prácticamente aristocráticos, como dos de los caballeros de bigote a la derecha; otros parecen contables, como alguno con corbata en el fondo; otros parecen campesinos curtidos. Hay figuras que podrían ser “gringos”, como el soldado con gafas y mirada estrábica a la izquierda, o ingleses. Hay también otras figuras extrañas como la que se encuentra en el centro de la imagen, que parece un cantante actual de rock, cuyo look es completamente ajeno a la época, como si hubiera sido trasplantado allá mediante photoshop. Hay gente que dice que se trata de una mujer.
La imagen de Rodolfo Fierro "el carnicero" es descomunal. Su gesto, ladeando la cabeza hacia el centro de la imagen, sugiere que alguien le estaba indicando que no entraba en cuadro. Rodolfo Fierro era la mano derecha de Villa, su asesino más despiadado, un hombre terrible capaz de los mayores excesos. Es curioso que esté en el borde de la escena, de pie, como un fiel lugarteniente, siempre sospechando. El círculo militar más íntimo de Villa siempre estuvo enmarcado por la violencia de Fierro y la diplomacia de Felipe Angeles, lo que dio pie al escritor Enrique Krauze a la conocida expresión “entre el ángel y el hierro” para definir el carácter del General Villa. Siempre he querido pensar que el personaje con bigote aristocrático del fondo (que se parece al barón de Münchhausen), del que solo se vé la cabeza, detrás del niño, y que mira hacia el techo, es Felipe Ángeles, pero no lo creo. En todo caso, si así fuera, retrataría simbólicamente lo que representaba para Villa: la necesidad del sentido común del que a veces él mismo estaba tan necesitado. Un sentido común, un “savoir faire”, que era mejor tener estratégicamente situado, nunca en un primer plano revolucionario.