Después de la exitosa y decisiva mediación del Vaticano en el restablecimiento de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, el papa Francisco ha marcado el nuevo objetivo: rescatar a Venezuela y, sobre todo, a los venezolanos, de la crisis y encauzar un diálogo constructivo entre el régimen del presidente Nicolás Maduro y una fragmentada oposición.
El objetivo quedó fijado al recibir el papa Francisco a Nicolás Maduro en el Vaticano, una cita imprevista. Fueron treinta minutos fructíferos y no sólo porque el líder chavista dijera “me voy bendito” sino porque poco después el nuncio de Buenos Aires, el cardenal Emil Paul Tscherrig, anunciaba desde Caracas el inicio el próximo fin de semana de un diálogo entre el Gobierno y las fuerzas de la oposición aglutinadas en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), una tarea de mediación que compartirá con tres expresidentes, entre ellos el español José Luis Rodríguez Zapatero.
Las reacciones de la oposición –con división de opiniones– anticipan una tarea complicada para el cardenal Tscherrig, pero raramente se hubiera implicado el papa Francisco en un anuncio de tanto calibre sin fundamentos, más allá de que la cita sea en isla Margarita o en Caracas, como reclaman algunas voces opositoras. La diplomacia vaticana es legendaria, una de las más antiguas del mundo –aunque el cargo de ministro de Asuntos Exteriores recae hoy en un hombre joven y muy próximo al papa Francisco, Pietro Parolin, de 61 años–, y tiene especial influencia en Hispanoamérica, no sólo por el catolicismo del continente –donde viven siete de cada diez católicos del planeta–, sino por la capacidad histórica de mantener lazos en las últimas décadas con toda suerte de actores del continente. Sin esta especificidad y buen hacer diplomático no se puede explicar la histórica reconciliación entre Washington y La Habana.
La misión vaticana está más que justificada a la vista del deterioro económico de Venezuela y la incapacidad de los venezolanos para desbloquear el enfrentamiento entre chavistas y opositores. La crisis se ha agudizado después de que el Consejo Nacional Electoral pospusiese sine die el plebiscito contra Maduro, lo que permite al chavismo garantizarse de facto la gobernabilidad de Venezuela hasta el 2019. O la ingobernabilidad porque el aplazamiento –considerado “un golpe de Estado” por la oposición– será contestado hoy en las calles bajo el inquietante lema de “La toma del país”.
Si el Papa bendijo a Nicolás Maduro, también bendijo a todos los venezolanos, dignos de la compasión universal. Francisco alertó ante el líder chavista de “la preocupante situación de crisis política, social y económica del país”. De forma más concreta y como resultado de un informe, Human Rights Watch (HRW) denunció ayer la escasez de medicamentos esenciales y alimentos, que se refleja, por ejemplo, en el incremento del 79% de la mortalidad materna en los primeros cinco meses del 2016 respecto al mismo periodo del 2009 o el aumento del 45% de la mortalidad infantil con relación al 2013. “El gran deterioro que hemos podido comprobar es de niveles típicos de países en guerra. El Gobierno se ha esmerado más en negar que existe una crisis que en trabajar para resolverla”, concluye HRW. Venezuela es el garbanzo negro de un continente que progresa y requiere una mediación al alcance de muy pocos actores diplomáticos.