Paul McCartney y Linda Mc Cartney aterrizaron en el aeropuerto Kennedy de Nueva York el lunes 14 de enero de 1980. Justo 11 meses antes del asesinato de John Lennon. El día era cruel, con nevadas y temperaturas bajas. Se alojaron en el Hotel Stanhope, como casi siempre. Paul quería ver una vez más a su viejo amigo John. Y los Dakota eran la mitad del camino hacia Tokyo, donde sus Wings iba a dar 11 conciertos en Japón. Desde el 21 de enero hasta el 2 de febrero.
Paul llamó por teléfono a los Dakota. Desgraciadamente, John no cogió el teléfono. Fue Yoko quien recogió la llamada y le dijo a Paul que John no estaba en casa. De todas maneras, Paul le contó que estaba muy contento, porque habían reservado la suite presidencial de Hotel Okura de Tokio, el favorito de John y Yoko, donde siempre se alojaban cuando iban a Japón, que sucedía en bastantes ocasiones. Paul le dijo a Yoko incluso el día que iba a llegar a Tokio.
Inmenso error de Paul. Contarle a Yoko que iban a estar alojados en la suite donde tantos buenos momentos había vivido con John era, como poco, muy peligroso. Yoko es una maniática resentida y decidió que, si Paul llegara a ocupar esa suite, toda la magia habría acabado para ella y John. Habría demonios y jamás sería igual. Se perdería el karma.
Cazado en Narita
Nadie puede revelar la conversación telefónica en japonés que, unos minutos después de hablar con Paul, tuvo Yoko Ono con un interlocutor desconocido, según el asistente personal de John, Fred Seaman. Se sabe que Yoko tenía un sobrino en la Oficina de Aduanas. El caso es que el miércoles 16 de enero, a la llegada al aeropuerto de Narita, un oficial de aduanas tomó una de las maletas de Paul McCartney y la abrió. Por encima de la ropa había una bolsa de plástico, con nada menos que con 219 gramos de marihuana esperando al polícia, como si éste supiera lo que iba a encontrar.
Paul no hizo nada por detener el registro. Sólo le dijo al agente que eso era normal en América y que no pasaba nada si era sólo para uso personal. Por supuesto, el oficial no entendía inglés.
Paul fue llevado inmediatamente al NCB (Narco-tics Control Bureau). Protestó y alegó que todo era un error. Nadie le creyó. Inmediatamente después se lo llevaron al Centro de Supervisión de Drogas.
Unas 10 horas más tarde, los conciertos de The Wings se habían suspendido. Paul pasó su primera noche allí, enfrascado en un curioso traje verde. La noticia se había propagado como el fuego. 200 fans’ japonesas se apostaron donde Paul pasó la noche.
Al día siguiente, Paul pasó seis horas con su nuevo abogado, el letrado japonés Tasuko Matsuo. Linda McCartney había avisado a su padre, el afamado abogado Lee Eastman, y éste había contratado a su socio japonés. Dio igual, McCartney tuvo que pasar una segunda noche en el mismo centro de narcóticos. Lo pasó fatal, porque al estúpido del cónsul británico en Tokio se le había ocurrido advertirle de que podía caerle una sentencia de ocho años en prisión. Paul no durmió absolutamente nada esa noche del jueves 17 de enero, encerrado en una diminuta celda, sin luz y un servicio muy pequeño para hacer sus necesidades. Fue la peor noche de su vida. La policía tenía miedo de llevarle a la cárcel de Tokio, con tantas ‘fans’ vigilantes en la salida. Pero no tuvieron más remedio que hacerlo en la mañana del día 18. La corte provisional de la ciudad había decidido, de momento, meterlo en la cárcel del condado al menos por 10 días. Las autoridades dijeron que ése era el tiempo que necesitaban para iniciar la causa.
La otra cárcel de Tokio
Paul llegó a su nueva cárcel con la misma vestimenta con la que había llegado al aeropuerto de Narita. Se le asignó el numero 22 como presidiario. Paul pidió que le llevaran a la cárcel su guitarra acústica. Los carceleros se lo denegaron. Paul tuvo que estar recluido en una celda de dos metros por cuatro. El ‘beatle’ tuvo como compañeros de reclusión a un convicto de asesinato, a una especie de gánster con tatuaje de ‘yakuza’ y a un chico marxista, el único con el que podía entenderse en inglés. Paul confesó que al ‘yakuza’ le tuvo que cantar a pelo ‘Yesterday’ porque se lo había pedido en repetidas ocasiones. Pero lo que cantaba más Paul en la cárcel era ‘Red red Robin’ y ‘Take this hammer’.
Al recluso nº22 lo obligaban a levantarse todos los días a las seis de la mañana. Le hacían barrer su propia celda y desayunaba una sopa de cebolla, nada más. A continuación, 20 minutos de ejercicios físicos obligatorios con el resto de presidiarios. Para el almuerzo les daban un poco de pan con jamón Por la tarde, todos los días, volvía a ser interrogado por los oficiales de narcóticos. A las ocho de la noche se cerraban todas las puertas y apagaban la luz. Paul confesó que la cama era blanda pero que apenas pudo dormir. Era un mundo de pesadillas para él. Dice que llego a llorar. Se sentía como un personaje de la película de David Lean, ‘El puente sobre el rio Kwai’. Aunque por las mañanas se quería convertir en Steve Mc Queen en ‘La gran evasión’. Paul McCartney tenía 37 años.
Eres tonto, Paul
Por fin, al sexto día de estar en prisión, Linda McCartney pudo visitar a Paul. Le llevó ropa nueva, un bocadillo de queso y un par de novelas de ciencia-ficción, que es lo que le gustaba leer. Le contó a Paul algunas noticias. Por ejemplo, George Harrison y Olivia habían mandado un cariñoso telegrama instándole a tener fortaleza de espíritu y valentía. Ringo no había mandado absolutamente nada (un mes más tarde el batería fue detenido por drogas en México), pero el peor fue John Lennon, que había reaccionado con unas declaraciones en la que atacaba a Paul por tonto. “¿No sabía que su puñetera cara la conocen en todo el mundo, que es un Beatle y que no puede andarse con tonterías?”.
Mientras tanto, Lee Eastman, el padre de Linda, había llegado a Tokio y le había apretado las tuercas a las autoridades japonesas, con la ayuda inestimable del senador Edward Kennedy, que ya había llamado tres veces para pedir la libertad sin cargos de Paul. El fiscal japonés también escuchaba la voz del abogado defensor japonés Tasuko Masuo, que tenía como apoyo a Warren Knott, el primer secretario de la Embajada Británica. Además, Paul era Sir Paul. Las autoridades de Tokio claudicaron, por fin, el día 25 de enero, 48 horas después de que Linda hubiera visitado a Paul en la cárcel. Cuando fue puesto en libertad, Paul dijo que habían sido los peores nueve días de su vida y que jamás los olvidaría. Quedaron marcados para el resto de su vida. Cuatro años antes, las autoridades japonesas le había denegado a McCartney la visa de trabajo por su pasado con las drogas. Cuatro años después la conseguía; el resultado fue el que fue. Paul perdió casi dos millones de dólares. Tuvo que pagar un millón como multa a los promotores de Udo Music. Una ruina, a la japonesa. Aquello fue el fin de su banda, los Wings, que habían abandonado Japón como unos cobardes. Incluso Denny Laine, el guitarrista, su mano derecha, había viajado a Cannes para firmar su primer álbum en solitario. Escribió una rabiosa canción sobre Paul: ‘Japanese tears’.
Frío japonés
Paul McCartney voló a Londres y durmió casi durante dos días. No hizo declaraciones. Había decidido matar a Wings y ponerse a grabar, otra vez, en solitario. Pocas semanas después había terminado su segundo álbum en solitario, ‘McCartney II’. Incluía dos canciones que con el paso del tiempo se convirtieron en epicentros de circunstancias especiales. En ese álbum, Paul incluyó su visión de su estancia como recluso en una cárcel de Tokio. La canción se llama ‘Frozen jap’. Quizá lo que más le impresionó fue la absoluta frialdad de los japoneses. En el álbum también estaba el single ‘Coming up’, una canción con la que se obsesionó John Lennon hasta que publicó ‘Double fantasy’. Pero Paul siguió fumando hierba. Fue detenido años más tarde en las Barbados , pero sólo pagó una multa de 200 libras esterlinas. Peor lo había pasado en el verano de 1975, cuando se saltó un semáforo en rojo en Los Ángeles y fue detenido por la policía, que encontró marihuana en el coche. Linda McCartney dijo que era suya porque, como ciudadana americana, tenía otros privilegios y podía salvar a Paul. Antes, dos años antes, en Suecia, la pareja lo había pasado también bastante mal. Paul anunció hace unos años que había dejado de fumar marihuana, que ya no tenía edad para ello. Ahora es activista vegetariano y afea sus hábitos a los que comen carne o matan a los animales que sirven para hacer pieles. Paul estuvo 10 años sin visitar Japón. Volvió con una gira en el año 1990 y en otras dos giras más. Guarda un especial sentido del síndrome de Estocolmo. Entre el amor y el odio por Tokio.
La capital japonesa ha dejado de ser una cruel cárcel en la mente del músico más famoso de la tierra.