Las historias de ficción sobre conspiraciones nos resultan indudablemente atractivas. Al misterio que las envuelve, la empatía que despiertan quienes las denuncian a causa del peligro mortal que asumen por lo común y, sobre todo, la satisfacción de poder dar rienda suelta a nuestra desconfianza por las autoridades que protegen el orden establecido, al menos durante el rato que dura el embrujo de la ficción, no hay quien se resista.
Por ejemplo, que el ser humano nunca ha puesto un pie en la Luna y que, por tanto, el alunizaje de Armstrong, Aldrin y Collins y el Apolo 11 en julio de 1969 no fue más que un montaje propagandístico, o que Yuri Gagarin no había sido el primer hombre en darse un garbeo por el espacio en abril de 1961.
La ocultación de los cosmonautas muertos que no eran tales
Como es sabido, la nave soviética Vostok 1 despegó del cosmódromo de Baikonur y orbitó alrededor de nuestro planeta durante 108 minutos a 27.400 kilómetros por hora. Gagarin iba a bordo, y dejó para la posteridad su asombro de que la Tierra sea azul o declaraciones como: “Pobladores del mundo, salvaguardemos esta belleza, no la destruyamos”. Y tras la reentrada en la atmósfera terrestre, el astronauta salió despedido de la nave con la silla de inyección a unos 7.000 metros de altura, descendió en paracaídas y aterrizó en la pradera de una granja de la comarca de Saratov, a cerca de 400 kilómetros de distancia de donde le esperaban para rescatarle.
Gagarin se convirtió en un héroe nacional y en un orgullo para la Unión Soviética, como el primer ser humano en órbita, en medio de la confrontación de la Guerra Fría. Fue un triunfo del programa espacial ruso frente al estadounidense, si bien su colega yanqui Alan Shepard hizo lo propio en la Freedom 7 menos de un mes más tarde. Nikita Jrushchov, sucesor de Stalin al frente de la URSS, señaló que “Gagarin estuvo en el espacio pero no vio a ningún Dios allí”, lo cual luego se le atribuyó al propio astronauta, que era cristiano ortodoxo en realidad.
Pero, entre el secretismo y la competición de las dos superpotencias, surgieron las teorías conspirativas acerca de diez astronautas que habían perecido en misiones tripuladas anteriores a la de Gagarin y de un herido grave. Estas informaciones, publicadas en la prensa occidental entre 1957 y abril de 1961, con posteriores ampliaciones, se basaban en supuestos informes de los servicios de Inteligencia de diferentes países que, no sólo no aparecieron nunca, sino que, además, se supo luego que las misiones mencionadas no contaban con tripulación alguna y que, para rematar, los apellidos de esos pretendidos astronautas coincidían con los de ingenieros de pruebas soviéticos que comprobaban el buen funcionamiento de todo el aparataje.
Y muy destacada fue la aportación de dos hermanos italianos, Achille y Giovanni Judica-Cordiglia, que aseguraban haber captado comunicaciones de estos astronautas en su trance fatal desde la Torre Bert de Turín, como los ruidos estertóreos de uno que, supuestamente, se asfixió poco antes de la misión de Gagarin o el de una tripulante que, según ellos, falleció durante la reentrada en noviembre de 1963. Sus grabaciones han sido tachadas de fraude por sus numerosas inconsistencias, incluyendo el desconocimiento de los protocolos de comunicación soviéticos y hasta errores gramaticales del idioma, y porque ninguna otra estación de radio del mundo había captado nada semejante.
La historia de ambos, para que se hagán una idea, ha sido carne de programas televisivos carentes del rigor periodístico más básico, como el Cuarto milenio de Iker Jiménez, que siempre le ha dado patadas a la deontología como si fuese un balón de fútbol. Y, para decir la verdad, lo cierto es que el primer astronauta fallecido en una misión espacial fue Vladímir Komarov, que tripulaba la desastrosa Soyuz 1 y se estampó con dicha nave contra la tierra durante su regreso anticipado a 200 kilómetros por hora, en Orsk, al sur de los Urales.
Buscando conspiraciones en la dirección equivocada
Lo finalmente curioso es que, cuando Gagarin falleció en un accidente de aviación en marzo de 1968, siete años después de su paseo espacial y con sólo treinta y cuatro años, no se revelaron las causas verdaderas del siniestro, que se achacaron al posible estado de ebriedad del astronauta o incluso a un ataque de pánico. Gagarin piloteaba un caza de entrenamiento con su instructor, Vladimir Seryogin; cayeron en picado sobre Novosyolovo, cerca de Moscú, y se hundieron hasta seis metros en la tierra.
Y hubo que esperar hasta junio de 2013 para que el ex astronauta Alekséi Leónov contara que, según un informe de 1986 desclasificado, Gagarin y Seryogin perdieron el control del aparato debido al efecto de una onda de choque supersónica generada por un avión de pruebas, cuyo piloto no había respetado la altitud prevista. Así que, paradójicamente, la muerte sospechosa era la del propio Gagarin, que se había producido a consecuencia un error humano, y no la de otros cosmonautas previos inexistentes, por lo que parece que quienes buscaban conspiraciones en su entorno se habían enfocado en lo que no debían.
Es más, lo que sí se atrevieron a lanzar fueron otras especulaciones sin pies ni cabeza. Por ejemplo, que Gagarin había muerto dieciocho días antes durante el lanzamiento de una nave misteriosa para la exploración lunar, que había sido arrestado por la KGB, la cual le había sometido a una operación de cirugía plástica y lo había ingresado en el manicomio donde falleció más tarde, que Gagarin había fingido su propia muerte, había cambiado de nombre y se había retirado a una pequeña aldea rusa y, por supuesto, que había sido abducido por extraterrestres: los hombrecillos verdes nunca pueden faltar en una fiesta tan animada como la de las teorías conspiranoicas.
Las que brotaron acerca de los alunizajes del Programa Apolo de la NASA entre 1969 y 1972 son de sobra conocidas, pero no tanto la de los astronautas malogrados antes de la hazaña de Gagarin; y eso a pesar de que su origen es anterior, de que se publica sobre ello de vez en cuando y de que las denuncias circulan a veces por las redes sociales más pobladas. Y me temo que seguirán circulando, porque la conspiranoia es impermeable a cualquier prueba o razonamiento en su contra, una renuncia a la lógica más elemental, y como decía Thomas Paine, argumentar con quien ha renunciado a la lógica es como dar medicinas a un hombre muerto.