Junio de 1934. Venecia. Aeropuerto de San Nicolo. Benito Mussolini junto al embajador de Alemania en Roma Ulrich von Hassel esperaba al canciller alemán Adolf Hitler. Era el primer viaje de Hitler al extranjero. Nada más salir el alemán del avión se dio cuenta de su desventaja: un sombrero, una gabardina clara y unos zapatos negros no podían competir con el uniforme impetuoso italiano. El orden gris contra las medallas relucientes.
Hitler conoció a Mussolini en el cenit de su poder: su partido fascista era la organización política más grande del mundo. Mussolini declaró que el pueblo quería autoridad dirección y orden. Las masas recibían con satisfacción la vuelta de un gobierno fuerte porque según el Duce al pueblo italiano, como todas las naciones con inclinaciones estéticas, le encantan las estructuras bien definidas y la continuidad estilística.
Mussolini llevaba una década de ventaja a su discípulo Hitler en su régimen dictatorial y trato a la manera de César de las masas. La Italia democrática se había transformado paso a paso en un estado fascista totalitario. El Duce ostentaba el poder desde el año 1922. Mientras uno sabía que tenía el país a sus pies; el otro, en el poder desde enero de 1933 avanzaba con paso firme y con gran ambición por las filas cerradas de un país fuertemente militarizado.
“Ha comenzado la gran era. Alemania se ha despertado. Hemos ganado el poder en Alemania, ahora nos tenemos que ganar al pueblo alemán” diría Hitler en un mitin.
Durante la visita de dos días, Mussolini obsequió al canciller del Reich con un desfile de organizaciones milicianas fascistas, a Hitler aún se le veía incómodo, pero seguro que observaba esas formaciones pensando que el podía hacerlo mejor.
Entonces, en la plaza de San Marcos, cuando Mussolini se dirigió a 70 000 camisas negras, trasladados a Venezia en trenes, a Hitler no se le permitió aparecer en el mismo balcón.
Hitler y Mussolini aún mantuvieron una conversación en el club de golf del Nido: una vez más lo hicieron solos y sin interpretes a pesar de las dificultades de Mussolini para entender el alemán. La esposa del embajador italiano en Alemania se referiría tiempo después a la gesticulación constante de Hitler, que recordaba una película de cine mudo interminable. Los dos hombres daban vueltas sin parar a una piedra, como si representase el obstáculo incómodo de Austria, protectorado de Mussolini y objeto del deseo de Hitler. El Duce dijo que había sido un encontronazo más que un encuentro.